viernes, 20 de noviembre de 2009

Los zapatos, por Eladia Cicaré


Como todos los domingos, nos vestimos para visitar a la abuela. Yo me vestí elegante, es que a mamá le gusta que me arregle bien.
A la última que vestí fue a Virginia. ¡Es tan inquieta…! Corre, juega, se tira al suelo y no me gusta que llegue con la ropa arrugada. Ese día estrenaba un vestido blanco con aplicaciones en azul, muy lindo que le compré en La Favorita; todo lo de ese negocio es buena calidad por eso hasta los zapatitos le había comprado allí. Pero…todo iba bien hasta que se los puse. Empezó a llorar diciendo que le molestaban, entonces le puse los zoquetes tratando de convencerla pero constantemente se los sacaba y tiraba diciendo que quería ir descalza. Tratando de entretenerla le di un caramelo…¡gran error!, se lo sacaba de la boca pegoteando el vestido. Traté de calmarme y le dije: - Mientras terminás el caramelo te voy a peinar- pero ella seguía haciendo caprichos, mi paciencia se estaba colmando y la hora de salir se aproximaba.
Carlos, mi hijo, es mucho más tranquilo, él ya estaba vestido y esperando. Mi marido también, con las llaves en la mano y el auto listo para partir.
Pero esta niñita de 2 años estaba muy caprichosa.. Como de costumbre empezamos a discutir con mi marido, me dijo que la nena era así porque yo la consentía y que o salíamos ya o nos quedábamos en casa y yo para no tensar más las cosas le dije: - Alzála y que vaya sin zapatos.
Virginia, estaba felicísima, se había salido con la suya. Mamá nos recibió como siempre, feliz de vernos. Yo tenía a la nena en brazos y con la cartera le tapaba los piecitos, pero de todos modos mamá la descubrió sin zapatos. Entonces mentí. - Se le perdió un zapato por eso le saqué el otro- le dije a mamá.
Sentadita en un banco, sonriente y desafiante, Virginia me miraba con aires de ganadora, cualidad que aún ahora, mayorcita, sigue conservando.
Hoy tenemos la foto de esos caprichos. La verdad…¡está hermosa con los piecitos al aire!.

El ángel cisne, por Eladia Cicaré


Caminando por el parque, encontré el lago tranquilo y verde. Me senté en la orilla para descansar y cerré los ojos aspirando el aire fresco y perfumado de algunos árboles. Me sentía cómodo y mis pensamientos volaron rápidamente hacia la razón por la que había decidido hacer ese paseo por el parque.
La discusión con Laura fue violenta, no física, pero las palabras me dolieron más que la caída de la escalera al salir tan ofuscado. Me duele todo pero más el corazón. ¡Cómo duelen las palabras cuando quién las dice es la persona amada!
El lago, quieto y manso, cambió de repente. Al abrir los ojos me encontré con un cisne que estaba frente a mí.
- Buenos días - me dijo. No tenía ganas de hablar, pero igualmente dije: - Buen día -.
- Quiero ayudarlo – continuó.
- ¿Por qué? - le pregunté.
- Mi imagen es la de un cisne pero soy tu ángel de la guarda y como siempre estoy a tu lado para solucionar tus problemas.
Sacudí mi cabeza para despertarme y miré mi reloj. Habían pasado solo quince minutos desde que me senté. Estoy seguro que no me dormí, mientras tanto el cisne ángel seguía frente a mí y yo lo vi feo, gordo y sin alas.
- No tenés nada de cisne.
- Usted tampoco- me contestó- mi imagen es la suya, yo soy su espejo, trate de cambiar su humor y cambiará mi imagen.
- Creo que eres Lucifer, andáte !- le repliqué.
El cisne ángel, insistió para que mejorara mi humor, volví a mirarlo y ya no lo vi tan feo, con un ala, me tocó, me sentí mejor, le dije adiós.
Comencé a caminar hacia atrás para seguir mirándolo. De repente tropecé con algo que me aferró, sentí la risa de Laura y nos abrazamos. Volví la cabeza. Ahora el cisne estaba bello, blanco y con un aleteo me despidió.
Reconciliados y felices nos alejamos del lago.
Convencido de que era mi ángel de la guarda, volviéndome a él le dije:
- No me abandones, querido cisne ángel.

La tercera edad, por Dante Cacchione


Como todo en la vida, la expresión “la tercera edad” tiene la interpretación subjetiva de cada individuo. ¿Cuándo comienza esa etapa del hombre, a los cincuenta, sesenta, setenta, los ochenta? Cuántas veces escuchamos la expresión: “ese muchacho es un viejo” expresada por su inercia, por su pesimismo, por su falta de proyectos, donde su futuro es un vacío como su vida presente. En cambio, otras personas en que el almanaque del tiempo los tapa con sus añosas hojas, llevan una vida activa, llena de esperanzas, de proyectos, el tiempo les corre más rápido y carecen de páginas enmohecidas.
Los filósofos de la vida, bautizan de mayores a éstos últimos y viejos a los primeros, sin importar quien tiene más o menos años y fácilmente los distinguimos, pues en los mayores sus arrugas son hermosos adornos que fueron dibujadas por la dulzura de sus sonrisas y en los viejos rígidas deformaciones marcadas por la amargura y la desesperanza.
Y sigue diferenciando el filósofo ambas personalidades: Eres viejo si solamente tienes “ayeres” y nostalgias de pasado, cuando solamente descansas y tienes celos. Eres mayor cuando todavía aprendes, cuando te ejercitas, cuando sueñas.
Para el mayor, el día de hoy es el primero del resto de su vida y lucha por lo que le queda. Para el viejo, ese mismo día es el último de su vida y sufre porque presiente la muerte El mayor tiene su vista en el nacimiento del sol que ilumina la esperanza, en el perfume de una flor, en la sonrisa de una mujer, en cambio el viejo con su miopía, mira las sombras y dolores de su pasado que le hacen tambalear el caminar del presente.
El tiempo enferma el cuerpo, la vejez enferma el alma.
Con todo lo dicho, no puedo ocultar de ningún modo, que la vida hermosa, la vida larga, la vida con sentido es la del mayor. ¡Huye del oscuro vivir del viejo!
Siguiendo este autoconsejo semanalmente me reúno con los mayores del Taller Literario, que me elevan al cielo de la comunicación, de la alegría, de la amistad. Pero me queda una duda, ¿Qué soy para ellos? ¿Viejo o mayor?

domingo, 15 de noviembre de 2009

Puedo escribir los versos...

María Celeste, por Rhut Miranda


Juega amigo juega siempre
arma tu castillo y llénalos de juguetes
de aquellos que disfruta
y te hace mejor gente

Es tu lugar, tu mundo
tu vida que defiendes
Fabrica tu universo
con pasado y presente

Un tal Neruda quiso
un mundo diferente
lucho con la palabra
un arma transparente
pero no olvido ese niño
que en un rincón de su alma
siempre estuvo presente

Jugo con mascarones
de bellezas intrigantes
y eligió una de ella
su nombre MARIA CELESTE
pequeña y deliciosa criatura
que un día de aquellos
quizás enamorado
su amigo camarada
quiso arrebatarle,
su nombre nada menos
Salvador Allende.

Cumplió con la consigna.
al confesar que ha vivido
tarea que muy pocos
lo logran plenamente


Recuerdos, por Alba Alonso


Mi corazón, flor nocturna que se cierra ante tu ausencia.
Mi vida, inútilmente hambrienta porque estás tan distante.
No logro olvidarte a pesar del tiempo transcurrido;
te fuiste sin decirme adiós, tranquilo como fuiste siempre,
te recuerdo cariñosamente y te extraño con todo mi amor.
Cada vez que vuelvo al lugar que por última vez recorrimos,
vienen a mi mente los recuerdos de esa noche que hace blanquear los mismos árboles,
los pinos con sus hojas de alambre,
nuestro silencio enamorado,
silencio de estrella lejano y sencillo
que ronda mi alma cual gaviota de plata.
¿Son las nubes pañuelos blancos donde reposa tu alma,
tan lejana y tan cerca que aún la siento a mi lado?
Silencio de estrella, que veo brillar noche tras noche en mi larga espera.

Alivio, por Alba Alonso


Juan Cruz tendió la vista hacia la costa. Tenía frío y la cabeza empezaba a dolerle. Quería llegar hasta la orilla para mojarse los pies que le quemaban, pero sus piernas no le respondían. Miró a uno y otro lado como buscando a alguien para que lo ayudara, pero no vio a nadie. Se quedó inmóvil un corto tiempo hasta que oyó un leve movimiento que lo hizo dar vuelta y se sorprendió al ver una cigüeña que caminaba lentamente hacia donde él se encontraba. Cuando la tuvo cerca trató de acariciarla, pensando que tal vez lo rechazaría, pero no fue así, ella agachó la cabeza como insinuando una invitación a una caricia y Juan comenzó a pasarle una mano por su largo cuello y después por todo el cuerpo. Sintió una sensación de alivio y tranquilidad, ya no le dolían las piernas y tras darle un beso en el cuello a su dócil compañía, comenzaron a caminar hacia el río. Una restauradora frescura lo invadió al poner los pies en el agua junto a su accidental compañera, que se zambullía y sacudía alegremente.

miércoles, 11 de noviembre de 2009

La Llave, por Carla Dieulefait


Toma esta llave
es la fantasía de mi sonrisa cautiva
deja que el viento perfume tu día,
siembra a tu paso caricias
mitiga el dolor entre la gente
participa,
comparte
habla, si puedes calmar
calla, si sabes escuchar
sonríe
que el río trae
murmullo de manantial
mira al amplio cielo
escucha su voz y no tu desvelo
de la mano de tu risa
brilla la fuente cristalina
toma la llave
contagia alegría
irradia amor en su fantasía
toma esta llave,
abre tu vida
al nuevo sol de cada día.

martes, 29 de septiembre de 2009

Las malas palabras, según Roberto Fontanarrosa

El robo, por Rhut Miranda


¿Este hombre que yo creía buena gente, era así o lo movía la intención de que al día siguiente mi presencia provocaría la risa o la mirada de piedad? De un salto me puse de pie, calcé mis chinelas y en pijama salí al pasillo, sigilosamente conteniendo la respiración, con una idea fija: descubrir a esa rata.

Me detuve, alcancé a divisar su figura, sus movimientos sospechosos, inquietos y su cabeza que giraba hacia la puerta que daba a un dormitorio. Oí un ruido de picaporte, me sobresalté y en un descuido desapareció mi presa.

Esperé paciente, en algún momento este sujeto tendría que salir. Mi deseo no tardó en cumplirse, pero mi asombro fue mayor cuando lo vi salir acompañado de una bella mujer cuya larga cabellera ondulante le tapaba sus hombros y la mitad de su cara.

Increpé al dueño de Las Tres Grullas reaccionando como un animal, descargando mi furia, le grité ladrón, traidor, simulador y lo arrinconé contra la pared queriendo ahorcarlo.

Perdón, perdón, escuché. Era la voz angustiante de esa mujer, que cubriéndose el rostro con sus manos lloraba sin consuelo.

Pero mi sorpresa no terminó ahí, levanté mi mirada, y extendiendo mi mano corrí su cabello que le tapaba el rostro al tiempo que descubrí un hermoso ojo color celeste como el mar que me miraba como reprochando mi actitud. A su lado, separado por una nariz, un hueco tan profundo como mi vergüenza.

A Mario Benedetti, por Eladia Cicaré


Mario,
partiste para siempre
hoy estoy triste
la ausencia no será difícil
están tus poemas,
tu prosa inconfundible
allí te encontraré
cada vez que te necesite.

Tu paso por la vida no fue breve
la honraste cada día
con tus palabras simples
allí te encontraré
cada vez que precise
sentirme acompañada.

Tu prosa, sencilla
a veces dulce,
otras veces triste,
siempre amiga,
Ojalá pueda
perderme en tus palabras
para olvidar un rato
la realidad del día.

Como decís en un poema
quiero contar contigo
a pesar de la ausencia.

Siempre estarás conmigo.

La feligresa y su confesor, por Rhut Miranda


Padre quiero confesarme.
¿Qué te pasa hija?
Anoche estuve con un hombre en mi cuarto.
¡Hija!
Pero padre, fue un sueño.
Bueno eso no es malo, los sueños se disipan cuando sale el sol.
Padre al despertar lo viví como una realidad y su perfume perdura en mi dormitorio, mi cuerpo desnudo vibraba como una hoja y sus caricias y besos los sigo sintiendo ¡ay padre, perdón…¿se enoja si digo que me gustó?
Hija, tranquila ¿le viste su cara?
No padre, no pude distinguir su rostro, todo estaba muy oscuro.
Comparto tu angustia y quiero aliviar tu alma.
Padre, pregunto, ¿el diablo es capaz de hacer semejante travesura?
El diablo ronda el alma pura. ¿Por qué me lo preguntas?
No debería decirlo, pero al despertar con la entrada del sol en mi cuarto, vi al costado de mi cama una sotana y mi camisón y…sabe padre…su perfume olía como el suyo. Esto es obra del maldito diablo ¿no padre?
Hija, el diablo tiene tanto poder en la tierra como Dios, la diferencia está en el bien y el mal. Dame esa sotana y la tiraré a la hoguera, que esté contaminada por el demonio. Nosotros recemos treinta Padrenuestros y treinta Avemarías y que Dios tranquilice nuestras almas.

miércoles, 16 de septiembre de 2009

El retorno, por Dante Cacchione


Rosa y Andrés, joven matrimonio sin hijos, viven normalmente como muchas parejas, con todas las vicisitudes propias de nuestra época. Él es hijo único, de temperamento dócil, introvertido, casi pusilánime. Rosa de carácter complementario al de Andrés, discutidora, activa, decidida
Completa el grupo familiar, la mamá de Andrés, su suegra, persona mayor, que ha quedado viuda joven, de carácter fuerte, que hace un verdadero oficio de la observación y crítica destructiva. Como es de esperar, ambas mujeres desde el primer día de convivencia comienzan a chocar. La mujer mayor, considera que su hijo es una víctima de su nuera.
Según pasa el tiempo, las relaciones se hacen insoportables. La anciana con gran placer, persigue y martiriza a Rosa, critica como se viste, como limpia la casa, como se peina y tiñe. De las amigas de la nuera, siempre emite un juicio descalificador.
Cierta noche que el matrimonio sale para una reunión social, la querida suegra despotrica por el vestido que lleva y sobre todo por el peinado y tintura, como nunca lo ha hecho, demostrando el tremendo celo que tiene por su nuera. Rosa no contesta al ataque, y con el rostro sofocado por la ira, toma a su indiferente esposo por el brazo y se retiran apresuradamente del comedor mientras la suegra queda hablando sola.
Una mañana fría de agosto, la suegra amanece sin vida, dejando el envase de su cuerpo que la cobijó más de ochenta años. Rosa tiene un dolor, una angustia, que roza a la desesperación, pues en el fondo de todo su sentir siente un alivio, que le parece inhumano.
Después de la primera semana, Rosa siente la presencia de la anciana, escucha los pasos por las habitaciones vecinas y su tos ahogada en el baño. En su “semisueño”, cree percibir la mirada de alguien al pie de su cama, luego un peso sobre todo su cuerpo, que casi la sofoca, que le impide todo movimiento, ahogando su voz, mientras la huesuda mano acaricia con cierta vehemencia su cabeza, hasta que al fin la sombra que la aplasta desparece. El pusilánime del esposo no cree todo este cuento y en un tono desacostumbrado le pide que no diga estupideces y lo deje dormir
Estos hechos se repiten dos o tres veces por semanas, pero una noche, Rosa, tratando de conciliar el sueño que ya le costaba mucho, vuelve a sentir el peso que la aplasta y con terrible pavor y gran esfuerzo abre los ojos y casi sofocada, pregunta muy tenuemente -¿Qué quieres? La mano huesuda acariciando y tirando del cabello hasta el dolor, acercando su espectral rostro, murmura a su oído con voz de ultratumba: -¡tu peinado y tintura dan asco, asco…, volveré todas las noches hasta que te lo cambies. Impresionada por esta comunicación, al otro día, Rosa decide cambiar el peinado y tintura, de acuerdo a como ella siempre le indicara que lo hiciera, y en una exclamación de agotamiento grita: ¡ni muerta me deja tranquila…¡
A partir de esa noche, Rosa no recibe nunca más la visita de su querida suegra
Que esto se crea o no, queda en cada uno, pero que hay suegras que tienen que quedarse si o si en el infierno, no hay dudas y a muchas nueras, ni dejarlas que se reciban de suegras.



lunes, 18 de agosto de 2008

El personaje del bar, por Dante Cacchione


Como siempre, por cuestiones laborales, llego algunos minutos más tarde a la clase del taller literario, pero esa mañana con gran sorpresa mía, la misma se desarrolla en el bar vecino a nuestra clase, pues así lo ha dispuesto la profesora Virginia por el tema a plantear. El bar está relativamente ocupado, grupos reunidos en mesas charlan animadamente, otros hojean el matutino del día, algunos saborean el café, en fin no hay específicamente algo que llame la atención. Nuestra profesora Virginia, con incipiente nerviosismo, nos invita, como tema consigna, a crear un personaje sobre la inspiración que nos transmita algún presente.

Frente a mi, se ubica mi compañera, mesa intermedia, Malena. Charlamos de generalidades propio del momento, pero lanzando cierta mirada al resto del recinto, como buscando ya el motivo de nuestro escrito..Mientras converso con ella, tomo conciencia que durante la conversación, su mirada no se dirige a mi persona, a mis ojos, sino que el haz visual, pasa tangente por mi costado izquierdo. Me habla a mí, pero su atención esta detrás de mí.

-¡Extraordinario, que bárbaro! -exclama de pronto Malena- esa persona sentada en esa mesa, qué parecido extraordinario que tiene con el dirigente de la Federación Agraria Eduardo Bussi, tiene casi su misma estampa de hombre inteligente, simpático, elegante. y con la voz del famoso Oscar Casco, de las radionovelas del cincuenta.

Quemado por la curiosidad, giro ciento ochenta grados y en mi retina se clava la imagen del seudo Bussi.. Mi imaginación no capta ni lejanamente tal personaje y luego de unos segundos, mi subconsciente envía a mi percepción, la imagen casi idéntica de un ex profesor de la facultad, con características diría opuestas a las descriptas por Malena. Ególatra, sarcástico, de una violencia expresada con ironías y burlas, con lo que rubricaba su poder.

Malena lo sigue mirando, quizás espera que en un entrecruce de miradas se deslice un imperceptible saludo, que la transporte seguramente al sublime sueño de las idealizaciones, no del dirigente de palabras justas, ademanes medidos, estampa gauchesca, sino del hombre, del simple hombre sin títulos , cargos, honores, posición y donde resaltan o no las reales virtudes.

En cierto momento, se abre la puerta de ingreso y entran cinco hombres, que saludan con gran entusiasmo al personaje de nuestra historia. Esa pequeña muchedumbre llama la atención de los presentes por los adornos de aros, vestimenta que portan y por los ademanes que realizan al hablar.

De pronto, el Bussi de Malena, o el profesor de mi carrera, levanta su brazo derecho y con voz aguda, solicita silencio, evidente que desea emitir algunas palabras. Rodeado por los recién llegados, comienza su exposición -Señores, nosotros (y señala a los que le rodeaban) somos de la comisión Central de Gays Unidos de la Ciudad de Rosario y venimos a este local, donde continuamos nuestros ciclo de divulgación en...

En ese momento la miro a Malena, que refleja una sonrisa de frustración, mientras que la mía es de indiferencia, pues me viene el decir del filósofo, “la realidad es la única verdad".

¿ Cuál? ¿La de ella, la mía, la final o todas, como en la física cuántica?


Dante Cacchione



Un café y una historia, por Rhut Miranda



Despierto y pienso: me doy un baño y el desayuno lo haré afuera de casa, me gusta hacer todo con tiempo, eso me prepara para que el día se desarrolle en orden.

Después de ese baño tan rápido me visto, prendo el televisor, me fijo en la temperatura y me largo a la calle.

Lo primero que siento es el viento frío que me da en la cara, que me produce bienestar ya que mi cuerpo está cubierto con un importante abrigo.

Sigo mi camino y me detengo en el barcito que siempre frecuento. Tiene la calidez de lo viejo y de lo nuevo y en el ambiente se huele un aroma exquisito de buen café. Me encanta la gente que concurre.

Hoy como siempre tengo que esperar que se desocupe una mesa pero la espera vale.

Me ubico pido mi desayuno, saco un libro, no consigo concentrarme, me relajo y me detengo a mirar las distintas mesas. La mayoría están ocupadas por más de una persona. De pronto mi mirada se detiene en una señora de mediana edad, de rostro bien marcado; yo diría que muestra una vida muy intensa. Sus ojos están dirigidos a la puerta de entrada y ante ese marco aparece la figura de un hombre de tal vez, no más de años. Su presencia denota un aquí estoy. Alto, morocho, ancha espalda y un desafío en su mirada que me estremece. Sus ojos recorren el lugar y con pasos firmes se dirige a la mesa de esta mujer que es mi curiosidad; con un hola se sienta en la silla que lo está esperando y comienza una charla que a mi oídos son murmullo.

Pienso quién será este muchacho, tal vez un hijo que después de vivir una historia que su madre no aprobó vuelve a su encuentro. O el novio de una hija que a criterio de su madre no era lo mejor, o por qué no un hijastro que reclama la herencia de su padre muerto.

Pero una voz angustiante me despierta ante estas conjeturas.

Por favor mi amor no me pidas no verte. Mi cabeza es un signo de pregunta, pero la voz de este hombre resuena con furia. No me pidas lo que no hemos convenido. Vos sabías que soy casado, tengo hijos y tengo que proteger a mi familia, los chicos no tienen que sufrir. Su tono se hace cada vez más tenue hasta que en un momento lo único que se escucha es el barullo de las vajillas, pero los movimientos de sus brazos y manos son constantes. Desvío por un momento la vista, tal vez por temor a ser descubierta y al volver mi mirada al lugar, los personajes de esta historia ya han desaparecido.

En el ambiente queda un silencio que duele.

¿Qué pasará con esta mujer que tiene la osadía de tener un romance con un muchachito que podría ser su hijo? Qué pasará con este joven que después de enamorar a esta mujer que podría ser su madre, vuelve a su hogar con la arrogancia de la fuerza que dan los pocos años.

Sólo ellos le darán a esta historia el verdadero final. En mí queda la duda. Pero prefiero dejar volar mi imaginación.


Rhut Miranda

Estimado Juan Carlos, por Dante Cacchione



El primer día que ingreso al taller literario, la querida profesora Virginia, me ubica en la cabecera de la mesa donde están los alumnos del taller desde donde puedo apreciarlos, situados a ambos lados de la misma. No se si es un privilegio, pero realmente me siento cómodo.

Pasados las presentaciones, la primera sorpresa me da fuerte golpe en el rostro: ¡eres el único varón acompañado por siete damas!

Te darás cuenta que comienzo a componer las hipótesis causantes de esta desigual reunión de sexos. La primera, dada por tu ubicación, centro de mesa, y cercana a todas, me sugiere que pertenecés al gremio de ellas; la otra, que sos un árabe disfrazado de gringo, con su harem en viaje de bodas. A la siguiente clase desecho ambas hipótesis, porque así me lo sugiere la realidad, y me nace la tercera. Si bien no sos el David de Miguel Ángel, que en su desnudez muestra su potencial (pequeño pero atrayente), cosa que seguramente no pueden apreciar las damas en vos pero sí imaginarlo, constituís para ellas una devoradora atracción, y entonces te reducen a una simple carnada en medio de una banda de “famélicas” palometas que tratan de devorarte. Por ello, surgen en mi, sensaciones de lástima, angustia e impotencia por tu porvenir. Nuevamente las vivencias de las sucesivas clases, me revelan lo errado de mis hipótesis: no sos “bendito tú eres entre todas las mujeres” ni cien mujeres podrán doblegar tu persona, (a lo mejor una, y quizás te preguntarás para que); no sos pusilánime ni “chupamedias” de la profesora Virginia, que con el respeto profesora-alumno, discutis las calificaciones que te asigna, sobre todo en conducta por considerarla injusta.

Bueno Juan Carlos, contento con la realidad que me rodea, doy por terminado mi mensaje epistolar (no se refiere a pistolas), diciéndote que luego de haber bebido del licor de la verdad, te felicito por tus escritos, que con todo derecho, deseás leer primero, a velocidades supersónicas para que no te los copien, y aclararte que las damas que nos acompañan no son palometas sino excelentes señoras escritoras, perdón, que escriben como nosotros, sin otros confusos intereses hacia tu persona.

Con todo cariño .

Dante

30/7/08

domingo, 27 de julio de 2008

Solicitada, por Gabriela D`Alleva


¡No tengo un perro! ¡Tengo dos! En realidad son dos perras. No quiero venderlas, quiero regalarlas al mejor postor.

Condiciones que debe reunir esa persona.

Estar dispuesto a:

Sacarlas a pasear dos veces al día munido de bolsas de plástico e ir donde ellas quieran durante media hora cada vez. Esto le dará la posibilidad, en caso de estar necesitado, de conocer el amor de su vida, otro dueño de perro, con lo cual ya no tendrá dos sino tres, cuatro, lo que dé la circunstancia.

Tolerar que se suban a sillones y camas, en realidad que ocupen su casa como amas y señoras, a cambio de compañía.

Soportar que los vecinos y peatones se quejen de los ladridos y gruñidos varios a cambio de “seguridad”.

Si tiene cónyuge, aprender a enfrentar los conflictos que surgen permanentemente por los motivos anteriormente expuestos pero recuerde que la sabiduría popular sostiene que lo bueno es la reconciliación.

Cuidar que sus alimentos no estén al alcance de estos preciosos animalitos porque puede llegar a quedarse sin su almuerzo o cena. Si está haciendo dieta esto no le va a venir mal.

Proteger su dinero u objetos valiosos, pueden aparecer masticados o hechos papel picado. Siempre podrá usarlos como excusa para justificar dinero faltante por un gasto desmedido.

Si esta persona existe puede llamar al 8457392890, de 9 a 20 horas. Lo estaré esperando ansiosamente, será muy bien recibido y hasta puede obtener una recompensa.

Gabriela D`Alleva

Enamorar a alguien, por Gabriela D`Alleva

Quiero preguntarle a usted señor,

que parece que está solo y espera:

¿existe el amor después del amor?

¿Se puede volver a sentir lo que una vez se sintió?

Yo tengo el deseo del deseo,

¿podrá usted despertarlo y mostrarme que es posible?

Quizá usted reclame lo mismo.

Quizás encontremos la respuesta juntos.

Quizás no exista esa respuesta pero...

¿si lo intentamos?


Gabriela D`Alleva

En este otoño, por Gabriela D`Alleva



En este otoño descubro que lo prefiero, entre las otras estaciones.

Camino por las calles de esta ciudad que cada día me gusta más y en este otoño de mi vida que comienza, los amarillos y ocres que me rodean despiertan en mí un sentimiento de nostalgia que no es triste ni alegre ¿es melancolía?. El afuera y el adentro coinciden.

¿Soy la que fui?

Esa adolescente que se sentaba en las afueras del pueblo para ver el atardecer en el campo, está todavía en mí. El sentimiento es casi el mismo. ¿Estaré despidiendo una etapa de mi vida como antes de la infancia?

Soy la que fui y soy otra, un poco más armada, con algo de desencanto, pocas certezas, menos temores o con otros, pero siempre con esa inclinación por la ensoñación, ese estar encerrada en mi mundo, ese sentirme flotando por la vida.

Después del tiempo transcurrido, de las primaveras, veranos e inviernos vividos, me gusta este otoño.

sábado, 26 de julio de 2008

La violación, por Dante Cacchione


Acostado sobre mi vieja cama de matrimonio, con los brazos tras la nuca, con los ojos fijos en el blanco cielorraso, pero sin verlo, corren mis pensamientos por los pasados tiempos en que los jóvenes, donde me incluyo, aspirábamos a consolidar las relaciones con el sexo opuesto, “llegamos a la edad de formar el hogar”, como se decía entonces, y de acuerdo al marco ético, moral, de buenas costumbres, etc. etc. imperantes.

Ese deseo implicaba cumplimentar una serie de circunstancias afectivas, formales y materiales, sin lo cual explicita o implícitamente, el entorno social te señalaba.

Los encuentros primarios de conocimientos entre ambos sexos, paso preliminar para el nacimiento de una relación afectiva, se realizaban en reuniones familiares, caseras, los famosos “asaltos”, casamientos, en algún club de barrio, culturales, acompañadas las jóvenes por el edecán de turno, madre, hermanos, tías, etc., cuya misión era observar, guiar, las relaciones de manera que todos los actos de ambos jóvenes, se encuadrase dentro de la “moral y buenas costumbres”.

Si las relaciones prosperaban, entonces él debía solicitarla a sus padres en forma “oficial,” y se formaba una ficha virtual del pretendiente, con el apellido, nombre, edad, hermanos, domicilio, profesión, trabajo, estado económico, etc. etc... Todo esto verificaban en forma discreta los interesados. A su vez, del lado del joven se reducía a preguntas de los padres, hermanos, tías : -¿ella no trabaja afuera?, ¿ella no es profesional?, ¿ella no tiene otro novio? Y la paradoja de la dialéctica hacía que todos estos negativos fueran signos positivos para ella. Pero a su vez estaban las preguntas positivas como: ¿sabe limpiar una casa?, ¿sabe hacer comida?, ¿sabe atender a un enfermo?, ¿sabe coser y tejer? etc. Aquí lo positivo se expresaba sin ninguna paradoja.

Si se aprobaban de ambas partes estos exámenes, se detallaba el cómo y el cuándo, ambos aspirantes, entraban en la etapa del noviazgo, que constituía el prolegómeno del final feliz que los novios y familias deseaban.

Es ésta, la parte de la relación donde los sueños, los anhelos, las dudas, se incluían en el cuadro del futuro, cuadro en el que intervenían los interesados y los naturales satélites de ellos, y que como los integrante de la legislatura, todos tenían el derecho a la palabra, al voto y hasta al veto.

El inexorable correr del tiempo nos acercaba, sin atenuantes, a la culminación ritual de esta relación; las mujeres preparaban su vestir, los hombres se medían sus trajes, los chicos y adolescentes se compraban ropa. Ambas familias se batían en una frenética agitación, pues debían preparar: fecha del evento, listas de invitados, testigos, padrinos, local para la reunión, animadores de la fiestas, menú, etc…etc.

Pero el tiempo inexorable, agotaba todas estas contingencias y a los actores principales le llegaba el momento que con emoción y euforia pronunciarían la tradicional expresión :”¡al fin solos”!. Ya ellos eran dueños de sus destinos, y de la incógnita que le depararía el futuro, que sería develada cuando ellos llegasen a ese futuro.

No deseo comparar con las relaciones que florece en la actualidad, porque como siempre lo expreso, la vida tiene una dinámica en su devenir, que es su continuo cambio y muy acelerados en los tiempos modernos y posmodernos, sin duda ayudado por la tecnología, básicamente las de comunicaciones. Hoy las relaciones de conocimiento entre ellos es más bien virtual, pues los chateos por computadoras, los teléfonos celulares, las grandes concentraciones en los festivales de rock, etc., son los promotores de ese conocimiento. Los protocolos de la relaciones de la vieja época, prácticamente murieron. Se forman las parejas, sin ningún trámite legal ni religioso.

Si económicamente tienen` posibilidades, lo hacen en forma independiente de sus lazos familiares, de lo contrario, cada uno en su casa, y la relación afuera, ya que en lo primeros tiempos todo es luna de miel.

Un golpe en la ventana, me vuelve a la realidad, mis ojos giran por el dormitorio, observando mis viejos muebles que los conservo desde mi unión con Elena, hace varias décadas. Ropero inmenso con espejo central, pesadas sillas estilo renacentista, un placard y dos mesitas de luz ubicadas en ambos costados de la cama. En el cajon de mi mesita, diviso una mezcla heterogénea de papeles, medicinas, llaves y un calzador, todo prolijamente desordenados. Luego observo la de Elena, llego a la conclusión de que no recuerdo haberla abierto nunca o al menos tener intención de hacerlo. Muchas veces la veo a ella, sentada en un costado de la cama, haciendo ataditos de papeles, cartas, algunas recetas.

Una profunda curiosidad me impulsa a indagar su contenido, quizás diría a violar sus secretos.

Abro el cajoncito, y veo un prolijo atado de unas veinte cartas, todas con mis letras, que seguramente le enviara durante el noviazgo, ya que ella vivía en una localidad a cien kilómetros de Rosario y me resultaba cómodo y satisfactorio hacerlo por ese medio, pues siembre me gustó “garabatear” escritos, más que hacerlo por el teléfono, aún en esa época con telefonista intermedia

Al leerlas, surgen las vivencias de ese tiempo, las planificaciones de nuestro futuro, y su contenido me hace presente que la vida ha sido generoso con mis aspiraciones, mientras un nudo emocional cierra mi garganta y un mundo dormido de ese feliz pasado se despierta en mi mente. En un rinconcito del mueble un pequeño sobre, con un “¡gracias!” escrito en su exterior, con la letra de Elena, me impulsa investigar su contenido.

Es un pequeño poema, que marca el cenit de mi emoción:

¡Siempre llegaré a ti!

Apágame los ojos ,seguiré viéndote

ciérrame los oídos, te seguiré oyendo

sin pies puedo llegar hasta ti

y aún sin boca, puedo invocar tu ser

Arráncame los brazos y te asiré

con el corazón cual una mano,

detén mi corazón y latirá mi cerebro

y si incendia mi cerebro

te llevaré en mi sangre

que en comunión divina

se unirá a la tuya.

Dante Cacchione

sábado, 19 de julio de 2008




El Taller de Creatividad Literaria “Entre el verde y la palabra” quiere rendir homenaje a quien fuera un excelente escritor, dibujante y humorista rosarino, amado en su ciudad y reconocido internacionalmente.

En el primer aniversario de la muerte del “Negro” Roberto Fontanarrosa, su cuento:

ULPIDIO VEGA

ULPIDIO VEGA, te nombro. Y de la apagada sombra de tu nombre rescato tu paso tardo por el empedrado desprolijo de Saladillo y la cierta fama de guapo sin doblez que te persiguió sumisa, como la silenciosa y tenaz fidelidad de un perro.

Quien te vio alguna vez por el Bajo, no te olvida. De callada mesura, sombrío el porte, mezquinabas palabras como si fueran monedas caras. Negros los ojos, en la negrura misma que sobre la frente escasa te tiraba encima el ala apenas curva de tu sombrero gris, tan conocido.

Ulpidio Vega, te nombro. Y de tu nombre exhala un aliento a kerosén barato, a bizcochito, a queso de rallar y vino tinto.

Aroma de almacén, de cambalache, que tuvo tu pobre viejo laburante por calle San Martín, casi en Tablada. Aroma a jabón pinche, a mate amargo, el mismo aquél que te alcanzaba la mano cordial de doña Cata, tu pobre vieja, que se cansó de mirar por la ventana.

Ulpidio Vega, te nombro. Y se santiguan las cuatro esquinas bravas de Ayolas y Convención, las que salieron tantas veces escrachadas en letra de molde, cuando algún fiambre aparecía tirado en esa encrucijada.

Rezan de apuro las jovatas de memoria larga al recordar tu estampa de figura fina, el caminar pesado, un gesto de disgusto en la cara aindiada y el cuerpo erguido por la faca que atrás, en la cintura, te entablillaba.

Por trabajar en el Swift te habían llamado "El Matarife de Saladillo".

¡Qué te iba a impresionar a vos la sangre, Ulpidio Vega! Si día a día degollabas animales y la cuchilla te era tan natural como un anillo, como un zarzo sencillo en el meñique.

Pero eran dos los Vegas, Juan y Ulpidio. "El Vega chico" le decían al otro, que también trabajó en el frigorífico.

Y por si fuera escaso el desmesurado coraje de Ulpidio en la pelea, el "Vega Chico" era también de púa veloz, y sin entrañas.

De negro los dos, siempre, aun de mañana.

Pero, como suele suceder en estas cosas, Ulpidio se metió con una mina que se levantó una noche de Carnaval en el Club Atlético Olegario Víctor Andrade. La mina era una reventada que hacía copas en el Panamerican Dancing, frente a Sunchales, y que ya le había borrado el estampadito floreado a las sábanas del Amenábar, de tanto frote. Pero una hembra que pasaba y dejaba el aire como embalsamado de perfume dulzón, y enardecido. Rosa se llamaba, y era justicia.

Ulpidio Vega, te nombro. Y no me equivoco. Como se equivocó esa noche fatal la mina aquella cuando por llamarte "Ulpidio", "Juan" te dijo.

¡Qué oscura mano de destino cabrón los puso frente a frente, Ulpidio Vega!

¡Vos y tu hermano, inseparables siempre, enfrentados por el cariño falaz de una perdida!

Tiempo estuvieron mordiéndose las ganas de agarrarse. De mirarse profundo, y sin palabras. De medirse con odio. Y de no hablarse. Todo el barrio sabía del bolonqui que rechinaba en los dientes de los Vega. Pero cuando más de una vez saltó la bronca, y la faca apareció brillando en ambas diestras, algo los amuraba al suelo y les clavaba la bronca a la vereda. Algo, que allá en la casa desde chicos les acariciara la frente, les planchara los lompa y les dejara los botines bien brillosos cuando se iban de milonga a Central Córdoba. Algo. La vieja.

"Si no te mato", se lo dijo bien clarito Ulpidio a Juan, "sólo es por ella". "Si no te enfrío", le contestaba Juan, que no era lerdo, "es por la vieja".

Y así andaban los dos, encajetados, sin poder ni dormir, más que hechos bolsa. Y encima la reventada de la Rosa les metía la cizaña de su labio, de sus promesas vanas, de sus mañas.

Y no se pudo más. Aquella noche Ulpidio y Juan llegaron puntualmente hasta el campito. Era un potrero de pura tierra y matorrales que los mocosos usaban para jugar al fulbo. Pero esa noche había luna. Y no era un juego.

Ulpidio peló una faca que tenía este largo. ¡Uy Dio, cómo brillaba la plata de la luna sobre el filo helado del acero!

Y Juan, Juan peló también tremenda púa que de verla nomás, te entraba miedo.

"¡Venite!"

"¡Vení vos!", se supo después que se dijeron. Y fue cuando llegó doña Cata hasta el campito, de pálido rostro, ojos sufridos, de manos apretadas y pañuelo negro. Nunca se supo quién le pasó el dato. Tal vez fue esa mágica intuición de madre la que la llevó hasta allí en ese momento.

No se oyó de su boca una palabra. Y tampoco en sus ojos lágrimas se vieron. Pero eso sí, sus manos agrietadas de lavar ropa ajena en el invierno, dibujaron en el aire asustado de la noche, un gesto: se agachó, se sacó una zapatilla y lo demás, frate mío, ni te cuento.

A Juancito lo fajó hasta en el cogote, le deformó la sabiola a chancletazos, y le sacudió tantos palos por el lomo que lo dejó mormoso al pobrecito. Contaban los vecinos que lo oyeron, que tirado en el suelo, Juan rogaba y a la vieja pedía perdón a gritos.

A Ulpidio, de las crenchas lo cazó la vieja aquella, y le arruinó la jeta a chancletazos porque le pegó media hora, de corrido.

El autor

ROBERTO FONTANARROSA nació en Rosario (Argentina) en 1944 y vivió siempre en esa ciudad. Comenzó su carrera de humorista gráfico en la revista Boom (Rosario), creó dos de sus personajes fundamentales (Inodoro Pereyra y Boogie el aceitoso) para la revista Hortensia (Córdoba) y publicó su primer libro de relatos (Los trenes matan a los autos) en su ciudad natal. Más tarde Inodoro pasó a la revista Siete Días y finalmente al diario Clarín de Buenos Aires, mientras Boogie recalaba en Humor, de la misma ciudad. Cuentista productivo y con una obra sin parangón dentro de la narrativa argentina, pueden citarse, entre otras recopilaciones, El mundo ha vivido equivocado, No sé si he sido claro, Nada del otro mundo, La mesa de los galanes. Falleció en Rosario el 19 de julio de 2007-

viernes, 18 de julio de 2008

El Negro, por Dante Cacchione



Como todos los sábados ingreso al predio del Club Universitario y cómodamente sentados en el bar del mismo, ya están esperándonos los compañeros tempraneros, que con efusivas manifestaciones de saludos celebran nuestra llegada.

Esta cita sabatina, se viene realizando por casi treinta años con integrantes originales, con incorporaciones y deserciones posteriores y en el balance general, indican disminución de integrantes con el tiempo, pero de ninguna manera cambian la ideología y sentido de la reunión, realizar el famoso “fulbito,” porque todos somos fervientes practicantes de este deporte. Aunque el club sea de rugby, es la excusa de la otra reunión de fondo, donde en ruidoso coloquio, volcamos al grupo un poco de alegrías, chanzas, tristezas, proyectos de nuestras vidas, y en ese momento olvidamos el frenesí desbocado de afuera, recibiendo nuestros espíritus pequeños estímulos que nos permiten, momentáneamente, aflojar las tensiones a que la rutina nos somete..

De pronto detenemos nuestra cháchara y dirigiendo la vista casi al unísono hacia el ingreso apreciamos la entrada del Negro, que con paso cansino y una sonrisa esbozada en sus labios, se acerca a nuestras mesas levantando su brazo en señal de saludo, y con un ¡hola! humilde, poco expresivo, y con el otro brazo apoyado sobre el hombro del compañero cercano, da por terminado el protocolo. Se sienta y el grupo reinicia la ágil charla mientras el Negro, con bajo perfil, conversa con su inmediato vecino mientras le pide al mozo el clásico café.

-Negro, lo interpela uno de los presentes, jugás o simplemente serás referee, como el sábado pasado, ¿ no estás mejor? – Mira, no me siento para correr, haré de referee- le contesta.

El grupo se dirige a los vestuarios, pero tanto él como yo, venimos ya cambiados, de manera que nos dirigimos a la canchita esperando al resto. -¿Te das cuenta Negro los años que venimos cumpliendo con este rito que se nos ha integrado a nuestras vidas, como el barrio donde vivimos, los viejos vecinos, el bar de Blanco, los tangos, el cine de barrio?.

El Negro, haciendo honor a su parquedad, y mirando al piso como si estuviera meditando me responde: - “Mirá Inge, eso que decís sobre el tiempo que venimos, es simplemente porque somos esclavos de la rutina, y si ella pone algún color a nuestras vidas, se eterniza, hasta que alguna razón le pone fin a esas vidas”. Me quedan esas palabras como premonitoras de algún futuro que hasta allí no interpreto. La conversación cesa, mientras observamos en la cancha vecina un encuentro de rugby y del cual él hace finas expresiones jocosas sobre ese juego de tanto roce.

Llegan el resto de los jugadores, se decide entre chistes, gritos, insultos, la selección de los dos equipos. El Negro mira con su rostro inescrutable, hasta que con un esbozo de sonrisa expresa:-“¡Qué pedazos de pelotudos!” y deja allí su decir. Se aproxima uno de los seleccionadores: -Negro, tomá el pito, pero como siempre tendrás que aguantar algunas puteadas, que es parte del folclore de esta reunión.

Comenzamos el juego y él se ubica en el centro de la cancha, desde donde controlará el partido pues es evidente que tiene dificultad de desplazamiento, situación que aumenta con el tiempo. Tiene una prótesis en una cadera y artrosis en la rodilla de la misma pierna, pero nunca le he oído exclamar una queja o impotencia por el dolor y desde mucho tiempo viene jugando en esas condiciones.

En un determinado momento, a unos metros de mi posición cae, sin que nadie lo toque. Lamentablemente no puede levantarse y nos acercamos para ayudarlo. No hay ninguna exclamación de queja, de fastidio, solamente su brazo izquierdo que pende como si no perteneciera al cuerpo. Sin agregar palabras comienza a retirarse acompañado por varios de los compañeros presentes. En mi ignorancia, antes de retirarse, le pregunto:

- Negro, seguramente un pinzamiento en las vértebras cervicales te produjo ese efecto en el brazo.

Lacónicamente me contesta: - No Inge, es otra cosa. Otra cosa…de la cual él ya está enterado. A partir de ahí, nunca más vuelve a la canchita de UNI.

Cuando pasado el tiempo nos enteramos de su mal, todo el grupo, individual o colectivamente intercambiamos correos electrónicos donde la ironía, la jocosidad, las cargadas, son el fondo de la argumentación y que él contesta de igual forma, sin hacernos partícipes del terrible drama que lo aqueja.

El 31 de mayo de 2007, tengo el triste honor de recibir la última contestación a mi correo del día 29, a pocos días de su fallecimiento. Un envío donde le digo: - Negro, el “fulbito” de UNI se va terminando, ya no vienen algunos fundadores, la renovación es pobre, otros no cumplen con asistencia regularmente.

En esa respuesta me dice, con la ironía característica de su personalidad reflejada en sus cuentos:

“ESTIMADO INGENIERO: TENGO LISTA MI COLABORACION MONETARIA PARA EL FINANCIAMIENTO DEL PANTEÓN DE LOS HÉROES FUTBOLEROS. RECOMIENDO QUE NO SE ESPERE LA DESAPARICIÓN FISICA DE ALGUNOS DE ELLOS PARA METERLO ADENTRO DE LA OBRA. SUYO.

“El NEGRO”

¿Quién, con su estado de salud hubiera tenido la fuera espiritual de mostrarse íntegro, sin problemas, y siguiendo el ritmo de la vida, evitando transmitir el peso de su tragedia a los que lo rodeaban? Entiendo que sólo un grande puede hacerlo, y él lo hizo, tanto en la vida como en la muerte.

¿Es necesario dar el apellido del Negro?


Quiero agradecer a mi profesora del Taller Literario, Virginia Guida, que en la clase del 15/7/08, con su consigna “Creando Personajes” fue el detonante para expresar del querido Negro, no una creación literaria, sino el recuerdo de una vivencia común con este gran amigo.

Dante Cacchione


lunes, 14 de julio de 2008

La mesita de luz, por Rhut Miranda

Nunca hubiera imaginado que mi amiga Teresita me visitara en una tarde tan lluviosa.

Al oír el teléfono me pregunte ¿quien será? y lo voz de Tere me sonó extraña.

Rhucita tenés algo que hacer? mi respuesta fue ¡no! y quedamos que a las quince y treinta horas estaría en casa. Lo primero que pensé fue hago una torta negra que sé que le gusta y preparo el termo para tomar unos mates; lo único que faltaba era esperar .Su llegada como siempre, puntual, quince veinte horas.

Nuestra amistad no es de todos los días pero estamos cuando nos necesitamos. Hoy no seria diferente. Después de charlar de nuestra familia, Tere me contó que tenía el casamiento de una amiga de su hija y que no tenía ropa adecuada para esta ocasión.

¿Te acordás de esa modista que siempre te cosía? ¿no cobraba mucho verdad ?.

Ay Tere… eso es de hace tanto tiempo! Pero dejáme pensar, yo tenía una libretita donde había anotado su teléfono, si me esperás un rato te lo busco.

Mi amiga dio un salto de la silla y dijo te acompaño.

Mi mente empezó a trabajar a mil ¿donde estará esa libretita?

Empecé por el primer cajón de la cómoda que era el lugar donde yo pensaba que podía estar (ahí no estaba) de pronto la voz de Tere que me dice ¿no estará en la mesita de luz?

Sentí ganas de salir disparando. Mi mesita de luz cumple en mi vida la función de tener todo a mano.

¡Pero Tere… mirá si va a esta allí! ¡Ese no es el lugar! Pero mi amiga insistía: “No seas terca”.

No había escapatoria y no tuve más remedio que abrir el cajón Yo sabia lo que me esperaba. Lo primero que apareció fue la caja de caramelos Sugus, el algodón con la crema que uso todas las noches, paracetamol por algún dolor que pueda aparecer , los recortes del diario especialmente los de Candi, una tijerita, espejo, pinza de las cejas que tantas veces me saca de apuro, las biromes para anotar algunas recetas, la revista de multicanal donde eligo el programa del día, hebillas con las que me recojo el cabello, un libro de Bucay ,”De la ignorancia a la sabiduría”, que según mi yerno Calixto es una mierda. Debido a eso me prestó “Más Platón y menos Prosac” (Merinof) , me cuesta aplicarlo, pero me sirve para enseñar a los demás .

Bueno, todo esto, en un cajón de cuarenta por treinta por ocho centímetros de altura. Realmente es un milagro que entre todo allí.

Avergonzada miré un instante a mi querida amiga y le dije: Mañana lo ordeno.

Por supuesto, la libretita, no apareció.


Rhut Miranda

domingo, 29 de junio de 2008

Prohibido, por Virginia Guida


Como todo...prohibido, siempre prohibido.

Disfrute de la plaza, señora, pero por favor prohibido pisar el césped…

Se puede comer de todo, la dieta esa es fantástica!!! Pero… prohibidos los dulces, el pan y el alcohol…

Hay que vestirse a la moda, eso me hace más joven, pero prohibido ponerse ropa ajustada porque marca los rollitos.

Hay que ver ese espectáculo cómico que dan en el teatro, los vas a pasar bien mamá, pero no te rías como lo hacés siempre, tu risa se escucha desde la calle…

El CD que me compré con las últimas canciones de ese conjunto brasileño, está buenísimo, pero prohibido escucharlo a todo volumen, los vecinos se pueden molestar.

Prohibido reír, prohibido comer, prohibido cantar, prohibido lucir, prohibido llorar, prohibido hablar en misa, prohibido…prohibido…prohibido amarte, hasta eso tengo prohibido. Vivamos el momento pero no te enamores…está prohibido, dijiste…

Cómo podremos amarnos sin que te ame?

sábado, 21 de junio de 2008

Volver a pensar…. por Eladia Cicaré


Cuántos proyectos pierden valor cuando se truncan las ilusiones…

Tengo fuerzas, ganas, pero caen como las estrellas fugaces del cielo, tan rápido se desvanecen como flores de una noche.

Quiero seguir teniendo esperanzas para llegar a mis metas , no son tantas , pero si difíciles.

Me pregunto, ¿cuántas veces me equivoqué en mi vida para tener estas pruebas, que no termino de aprobarlas?.

Mis años también son muchos, ¿cuando recibiré mi título?.

Espero que Dios me diga, “esto es lo último, un esfuerzo más, a disfrutar”. Tengo un hogar, marido, hijos y nietos pero….tengo que volver a pensar en qué pronto lo sabré, mejor dicho me lo confirmarán es una nueva cirugía.

Cuando era más joven tomaba las decisiones rápidamente. Todo lo hacía con facilidad y sin pensar demasiado.

Es cierto que con los años adquirimos experiencia, pero para el dolor nunca se aprende.


Eladia Cicaré